De la alternancia de dos ideas contrarias suele obtenerse la mejor solución. Sin embargo, cuando la contradicción no radica en la coexistencia de dos concepciones distintas, sino en la incongruencia entre la afirmación y la acción; puede inferirse que la búsqueda de soluciones ha sido sustituida por la más completa improvisación. Y esto, precisamente, es lo que se ha vuelto a evidenciar, pero esta vez en política internacional.
El último lunes, las portadas de los principales diarios anunciaron la existencia de un presunto acuerdo bajo la mesa entre los gobiernos chileno y boliviano, con relación a asuntos marítimos (situación importantísima si se recuerda el diferendo que sostenemos en La Haya). Se criticó la postura chilena, se invocó al respeto a nuestra soberanía, se insinuó incluso una versión siglo XXI del otrora Tratado de Mutua Defensa del gobierno de Manuel Pardo y hasta afloró la tesis de intervenciones militares… todo un escándalo.
Lamentablemente, cuando una iniciativa peruana (Peruvian Airlines) pretende encarar a la risueña y omnipotente LAN en el fluido aéreo de tipo comercial, los mismos supuestos defensores de la soberanía nacional se rasgan las vestiduras so pretexto de una denuncia por lavado de activos que envuelve a su propietario. ¿Acaso la transnacional chilena es un ejemplo de transparencia? ¿No pretenderán acabar con la empresa peruana como lo hicieron con Aero Continente?
Por si fuera poco, dardos incandescentes amenazan a Lourdes Flores por asumir la Presidencia del Directorio de esta flamante aerolínea. ¿Acaso trabajar es censurable? ¿No se critica tanto a Humala y Fujimori por no hacerlo? Podría presumirse que el alud de avisos de LAN en los medios de comunicación tiene algo que ver en el asunto. Si en realidad se quiere enfrentar la desmesura chilena, es buena idea hacerlo, no con un discurso que refleje incontinencia, sino a través de una sana competencia.
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