¿A quién se le ocurrió esa tontería de que el ataque en San José de Secce es una muestra del debilitamiento del narcotráfico y el terrorismo (dos cosas diferentes pero que coexisten en una criminal alianza)? Claro que no.
El ataque al poblado ayacuchano no es más que la evidencia de la inoperancia de un Estado que ya no sólo deja a la población civil al abandono, como lo ha hecho desde tiempos inmemorables; sino también, a los efectivos policiales y militares cuyas vidas son hoy usadas como carne de cañon. La valentía de estos hombres se traducen, ya desde una buena cantidad de tiempo, en llantos de hijos huérfanos y esposas y madres desconsoladas.
Cómo decirle al Estado que no queremos más héroes, que no queremos más banderas sobre ataúdes ni homenájes póstumos, que lo que deseamos es vivir tranquilos, que queremos desplazarnos por cualquier rincón de nuestra patria con la seguridad de que es nuestra, que queremos estar seguros que nuestros familiares siempre estarán bien y no encontrarán la muerte a la vuelta de la esquina.
Los jóvenes que escojen el camino militar no lo hacen para morir como perros mientras algunos pocos funcionarios engordan sus billeteras. Si lo hacen, es por que ven en las Armas un opción para salir adelante y un servicio a su familia y su comunidad (si esto, en un extermo inevitable, los lleva a la muerte es otra discusión). No lo hacen para hacerse héroes. Nadie, psicológicamente sano, escoje un sendero de muerte para sí ni para los demás.
Foto: www.inforegion.pe
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