¿Cuántas cosas malas deben sucederle a una persona para que se autodenomine “indignada” o “indignado”?
Quizás, muchas; y muchas malas.
No llama la atención que miles de personas de distintos países del mundo se hagan llamar “Los Indignados” y salgan continuamente a las calles con carteles y afiches para protestar en contra de los 4 poderes que en la actualidad rigen el camino de sus naciones: el financiero, el político, el militar y el mediático.
No llama la atención porque estas personas han visto continuamente cómo sus economías son resquebrajadas por la especulación financiera de los bancos, cómo sus gobernantes electos democráticamente caen al fango de la corrupción, cómo la OTAN viola la soberanía de otros pueblos y cómo el poder mediático distrae y embrutece las mentes de sus jóvenes. Definitivamente, no llama la atención.
Lo que verdaderamente sorprende es que hayan naciones totalmente indiferentes a la indignación global y que no se pronuncien de ninguna u otra manera contra los males que actualmente adolecen en el mundo. De más estar decir que entre este grupo de indiferentes está el Perú, como si en el ámbito nacional e internacional no existiera motivo alguno para sentirse indignado.
No nos indignamos por la muerte de tres menores de edad en Cajamarca; tampoco por las decenas de muertes que hay en Egipto, Siria, Libia y Yemen; y mucho menos por el bombardeo de Israel a la Franja de Gaza: pruebas concretas de que el mundo está enfermo. Es verdad que los medios de comunicación no están cumpliendo el rol de informar correctamente sobre aquellos sucesos, pero esto no es excusa, ya que gracias al internet podemos conocerlos.
El próximo 15 de octubre se cumplen cinco meses desde la primera jornada de protestas que iniciaron “Los Indignados”. Han realizado una convocatoria mundial para que tal día se congreguen en sus respectivas ciudades todos aquellos que están cansados de ver injusticias sociales. La respuesta es masiva, alentadora y verdaderamente apasionante.
¿Algún día nos organizaremos a tal magnitud? ¿Algún día dejaremos de ver a la corrupción como algo natural?
La esperanza es lo último que se pierde, y sólo queda aguardar con paciencia, ya que no hay mal que dure mil años, ni cuerpo que lo resista.
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