¿Qué siente cuando ve en las noticias un nuevo o quizá ya viejo pero recientemente descubierto caso de corrupción protagonizado por alguno de nuestros congresistas? ¿Siente arrepentimiento de haber marcado ese símbolo o escrito ese número? ¿Tal vez rabia, tristeza, decepción? Pues más rabia, tristeza y decepción debería causarnos el notar que seguimos esperando a que la tragedia haya ocurrido, a que el hecho se haya consumado para recién intentar tomar medidas al respecto. Y cómo no, el mejor ejemplo lo da el mismo Congreso. En esta ocasión, ante tanto “comeoro” y “robacable”, el intento por salvar el prestigio de tan magnos representantes de la democracia es la aparición de la propuesta que busca eliminar el voto preferencial para congresistas en las elecciones generales. Claro, esto luego de notar que nuestro nuevo parlamento no difiere mucho del anterior en cuanto a su dotación de sinvergüencería y escandaletes bochornosos… como si el mencionado proyecto de ley no se tratara de una propuesta que ya había sido planteada con anterioridad.
Esto de buscar la ley que intente subsanar el error -o el delito- ya cometido parece una herencia más que ha sido recibida del aún recientemente culminado régimen aprista, la misma que ha venido transmitiéndose de gobierno en gobierno a lo largo de nuestra historia. ¿Cuál es la intención de eliminar justo ahora el voto preferencial? Me refiero a este contexto específico ya que es por demás sabido que la suspensión de este tipo de sufragio traería cambios significativos en la forma de elegir a nuestros legisladores. Lo que quiero cuestionar es por qué se presenta este proyecto justo ahora que nos volvimos a dar cuenta que elegimos a unos congresistas amantes de la requisitoria. Me estoy refiriendo, por supuesto, a los casos documentados por la prensa, por la Fiscalía y por el presidente del Congreso, Daniel Abugattás.
Era un comentario bastante difundido durante los últimos comicios el que pedía “que se elimine el voto preferencial”; ya se hablaba en ese entonces de los beneficios de esta modificación tales como evitar la aparición de personajes desconocidos que llegan a una curul gracias a sus fuentes de financiamiento en las campañas electorales y asegurar la identificación de los candidatos con su partido. Esto había sido incluso presentado como proyecto de ley en el anterior Congreso según indica el parlamentario Juan Carlos Eguren del Partido Popular Cristiano, sin embargo este no fue aprobado y ahora la propuesta regresa con el fin de asegurarnos que dentro de cinco años no nos volverá a pasar lo mismo. No critico la propuesta, critico el que se presente justo ahora cual intento desesperado de preservar una ya desmedrada imagen, la del Poder Legislativo. Si en el camino realmente se logra que esta ley sirva de algo, qué bien, será como matar dos otorongos de un tiro, ahora lo que ahora importa es lavarle la cara al Congreso, ¿cierto?
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