27 de septiembre de 2011

Asesinato de Walter Oyarce: Un caso más de barbarie en nuestra creciente civilización

Muchos lamentos y condolencias por el cobarde asesinato del hincha aliancista Walter Oyarce, pero pocas ganas de querer actuar, pocas decisiones, poca responsabilidad y, sobre todo, falta de ética, de principios morales y de respeto a la ley.

Todo esto nos lleva a reflexionar, ¡qué pasó aquel día! ¡Qué pasa con este país de progresivo crecimiento económico en el que hay ciudadanos que no valoran la vida de nadie! ¡Qué hemos hecho para que esta nación rica y pluricultural merezca tener autoridades e instituciones indiferentes a la consternación de los ciudadanos y les importe un pito lo que digan las leyes con tal de ganar más dinero!

Esta contraposición entre crecimiento económico y podredumbre existencial se refleja constantemente en nuestro país, y éste asesinato es muestra de ello.

Un hombre llamado David Sánchez Manrique, de 36 años, administrador “exitoso” cuyos ingresos le permiten gastar más de 100 mil soles mensuales -algo que muchos envidiarían- se comportó como un verdadero animal salvaje durante el partido de Alianza Lima y Universitario de Deportes, amedrentando a los hinchas aliancistas y lanzando desde un palco de 30 metros de altura a un inocente, como si la vida de éste, sus proyectos, sus sueños, sus anhelos y el amor de su familia y amigos no valieran absolutamente nada.

¿Sobre qué bases o principios pudo este criminal construir su “progreso” para que termine convirtiéndose en un monstruo de la sociedad?

Es difícil aceptarlo, pero lo hizo sobre los mismos principios en el que son educados miles de peruanos en sus familias, colegios y universidades, el cual hace creer que el desarrollo del hombre está basado en el dinero, tratándolo como una mera máquina de producción en lugar de tratarlo como lo que verdaderamente es: un ser humano con sentimientos, emociones y percepciones que necesita reforzar sus valores morales y conocer sus deberes ciudadanos: factores que en muchos ámbitos han sido dejados de lado.

De qué sirve entonces alegrase de que los índices de crecimiento económico sean los más significativos de nuestra región si estamos educando a monstruos “todopoderosos” que son capaces de transgredir el orden establecido de una civilización, acabando con vidas inocentes y generando miedo en la ciudadanía.

Ojalá que la muerte del estudiante Walter Oyarce sirva para que las familias tomen conciencia sobre los valores que inculcan a sus hijos. Así mismo, las entidades educativas deberían reconsiderar el sistema de educación integral, ya que sin una base educativa coherente que fomente la práctica de valores morales, esta ola de asesinatos de la que ya nadie está libre no cesará en el país.

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