Más de una vez, he oído decir que los jóvenes somos la promesa hacia un futuro mejor. En nosotros, recae aquella responsabilidad de cambiar nuestra sociedad para bien y así ir trazando el sendero que guiará a las futuras generaciones. En nuestro país, el problema del pandillaje juvenil no es nada nuevo. Muchos jóvenes crecen en ambientes poco familiares, con un nivel de educación deficiente o inexistente, esto sumado a la dificultad de conseguir un empleo estable, obliga a muchos jóvenes a “refugiarse” en las denominadas pandillas.
Esta semana, nuestro puerto chalaco fue escenario, una vez más, de enfrentamientos de sangre y venganza que costó la vida de cuatro personas. Atrás quedaron los duelos juveniles por defender el honor del colegio o equipo de fútbol. Ahora, muchos jóvenes que se iniciaron en el pandillaje se han convertido en miembros de bandas organizadas dedicadas a la extorsión y a la venta de drogas. Panorama parecido al de las favelas de Brasil, donde la ley del más fuerte es la que impera y la autoridad policial no existe.
El hampa ha tomado ha tomado las calles más peligrosas del Callao. Para la policía, el principal móvil que ha desatado la guerra entre bandas como “Los Malditos de Castilla” y “Los Noles de Loreto” sería la lucha de cupos en las obras de construcción. No obstante, en estos últimos días, el jefe de la Policía Chalaca, el General Jorge Guerrero reveló que en total fueron intervenidas 4,438 personas en operativos realizados en el primer puerto.
Si bien, la cárcel efectiva a los principales cabecillas de estas bandas podría apaciguar el ambiente hostil que tiene atemorizados a los chalacos, no soluciona el problema de fondo. Reprimir no va cambiar las cosas. Las autoridades deberían fomentar oportunidades laborales, intelectuales y deportivas en las zonas críticas de la ciudad y evitar que el crimen organizado siga avanzando…