Es ya muy conocido el nefasto atentado de un grupo de cuatro escolares limeños contra un muro del complejo arqueológico de Chan Chan, en La Libertad. Las disculpas y sanciones respectivas se vienen dando; sin embargo, nadie puede negar que el problema, más allá de la reconstrucción de la figura alterada, tiene un trasfondo que lamentablemente nos lleva, sí, otra vez, a repensar de qué manera se están educando los niños y jóvenes hoy en día.
Por que el problema tiene un origen común en la escuela y, sobre todo, en el seno familiar. Bien dicen que los primeros maestros son los padres y, la primera escuela, la familia. Ahora bien, los padres de estos no tan “educados” colegiales calificaron el hecho como una simple “travesura”; mientras uno de los “angelitos” se disculpó por tener tan solo 17 años. ¿Disculpas con medias tintas? Pues de tal palo, tal astilla.
Punto aparte merece el tema de la educación. ¿Cuál es el significado de patria, nación, identidad y amor al país que se les imparte hoy en día a los escolares? Como una bola de nieve que crece cada día más, el problema de la educación, agudizado desde la década del 90, vuelve a manifestarse en un acto de esta naturaleza.
Luego del incidente, como siempre, vinieron los lamentos y pedidos de crucifixión. Todo el que se jacte de ser bien peruano no dudará un instante en demandar el mayor de los castigos a estos escolares, que hasta fueron llamados “estúpidos” por una cadena de noticias internacional. No obstante, como buenos peruanos que decimos ser, debemos traspasar las barreras de la coyuntura mediática y darnos cuenta de que el hecho no es más que un reflejo de nuestra dura realidad.
¿Cuánto conocen de nuestra historia y, sobre todo, de qué manera la valoran los escolares? ¿Cuánto de alienación y desprecio por nuestras raíces existe en el imaginario del adolescente peruano? Repensar y reflexionar sobre estos conflictos, al aparecer, simplemente nos teñirán el pelo de blanco y arrugarán la piel antes de lo pensado. La historia se repite y nadie actúa. Ojalá que lo sucedido sea un jalón de orejas para aquellos que toman decisiones; de lo contrario, la triste cita de que el Perú es un país sin memoria volverá a enrojecer nuestros oídos y, sobre todo, nuestros corazones.