Esta semana el Poder Judicial ha ratificado una de las más importantes condenas en la historia del Perú y de Latinoamérica. Por primera vez un ex presidente es sentenciado por atentar contra los derechos humanos. Mientras un país aplaude un proceso impecable que renueva la confianza en un poder más que desvirtuado, una hija con aspiraciones presidenciales rebate la sanción a su anciano padre.
A Alberto Fujimori le esperan 25 años de cárcel por los crímenes de Barrios Altos y "La Cantuta", así como por los secuestros del empresario Samuel Dyer y del periodista Gustavo Gorriti. Las investigaciones han probado que el ex presidente planificó, conoció su ejecución y ocultó los crímenes que en su momento buscaron amedrentar a un pueblo golpeado por el flagelo terrorista.
Pero, con todas las pruebas en contra de “el chino” ¿qué busca Keiko Fujimori al victimizar a su padre? Sin duda, su intención va más allá del amor filial, es su principal táctica para llegar a sillón presidencial en el 2011 y con esto recuperar el poder de quienes por más de una década deformaron las condiciones sociales, económicas y políticas del Perú.
Keiko Fujimori, quien se sitúa en el segundo lugar de las preferencias electorales, prepara su arsenal de denuncias, todas ellas cargadas de emotividad. Mientras asegura que confiarán en instancias internacionales como el Tribunal Constitucional y la Corte Interamericana de San José, a las que el fujimorismo, en su momento, maltrató impunemente.
Calificar a esta sentencia como un acto de odio y revancha política no hará que por ello pierda legitimidad, sin embargo mueve los hilos sensibles de un pueblo que, aveces, parece olvidar la corrupción, que aún hoy mantiene raíces en el país, la violación de derechos humanos y la impunidad que fueron por más de diez años pan de cada día. No cambia los hechos, es cierto, pero fortalece a un partido que no tiene más fortalezas que la tan recordada amnesia peruana.
A Alberto Fujimori le esperan 25 años de cárcel por los crímenes de Barrios Altos y "La Cantuta", así como por los secuestros del empresario Samuel Dyer y del periodista Gustavo Gorriti. Las investigaciones han probado que el ex presidente planificó, conoció su ejecución y ocultó los crímenes que en su momento buscaron amedrentar a un pueblo golpeado por el flagelo terrorista.
Pero, con todas las pruebas en contra de “el chino” ¿qué busca Keiko Fujimori al victimizar a su padre? Sin duda, su intención va más allá del amor filial, es su principal táctica para llegar a sillón presidencial en el 2011 y con esto recuperar el poder de quienes por más de una década deformaron las condiciones sociales, económicas y políticas del Perú.
Keiko Fujimori, quien se sitúa en el segundo lugar de las preferencias electorales, prepara su arsenal de denuncias, todas ellas cargadas de emotividad. Mientras asegura que confiarán en instancias internacionales como el Tribunal Constitucional y la Corte Interamericana de San José, a las que el fujimorismo, en su momento, maltrató impunemente.
Calificar a esta sentencia como un acto de odio y revancha política no hará que por ello pierda legitimidad, sin embargo mueve los hilos sensibles de un pueblo que, aveces, parece olvidar la corrupción, que aún hoy mantiene raíces en el país, la violación de derechos humanos y la impunidad que fueron por más de diez años pan de cada día. No cambia los hechos, es cierto, pero fortalece a un partido que no tiene más fortalezas que la tan recordada amnesia peruana.
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