El pasado 10 de diciembre se celebró el Día de los Derechos Humanos. Estupénda festividad si se toma en cuenta lo que siginfican estos derechos y cómo su práctica nos avala como seres justos y civilizados.
En cualquier parte del mundo siempre habrá un ¿por qué? de festejar este día: Desde las guerras civiles en Africa, hasta los disturbios en el Tíbet pasando por las invasiones a Irak o la prisión de Guantánamo. Los seres humanos parecemos abocados al no respeto de esta declaración.
En el Perú la historia no es diferente. Los hallazgos de la Comisión de la Verdad, los sucesos en Bagua, la discrminación racial a nuestro hermanos andinos, amazónicos y afrodescendientes aún se graban en los corazones de los peruanos [de algunos, claro está] como la herida abierta por estas faltas que obvian al otro como poseedor de un derecho y avalan la intolerancia y el país como "chacra" de algunos pocos.
Y para muestra debemos observar que este año, la festividad por los derechos humanos nos recibe con las denuncias en Majaz [Piura] por parte de los pobladores a la minera Rio Branco por los maltratos y homicidios cometidos hace dos años cuando los comuneros protestaron contra la instalación de la mina en su región.
Sin el respeto por los Derechos Humanos no existe país, no existe República; sino, sólo el vil autoritarismo que destruye vidas, familias, sociedades...países y mundos enteros.
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